martes, 9 de enero de 2018

La irreverencia y el infierno de Reynaldo Arenas

La irreverencia y el infierno de 
Reynaldo Arenas


Reinaldo Arenas nació en Aguas Claras, cerca de Holguín, en el interior pobre y campesino de Cuba, en 1943. Estudió en la Universidad de La Habana y trabajó durante algunos años en la Biblioteca Nacional. Se unió a la revolución en su juventud, pensando que en ella hallaría justicia social y libertad. Muy pronto se dio cuenta del gran desengaño que lo esperaba. No solo desengaño: censura, persecución, violencia, trabajos forzados, cárceles, enterramiento vivo. En su “Autoepitafio”, muy poco antes de morir, lo intentaba explicar: 

lunes, 30 de octubre de 2017

RUBÉN DARÍO Y LA "EBRIETAS"


Rubén Darío y la ebrietas




1.     Las ánforas poéticas


El ánfora

Yo tengo una bella ánfora, llena de regio vino,
que para hacer mis cantos me da fuerza y calor.
En ella encuentra sangre mi corazón latino
para beber la vida, para latir de amor.

Grabó en ella un artífice con su buril divino,
junto a una niña virgen, a Baco y su esplendor,
y a Pan, que enseña danzas, el rostro purpurino,
a cabras y pastores, bajo un citiso en flor.

lunes, 5 de junio de 2017

ANDRÉS GARCÍA CERDÁN: ROBESPIERRE (Celebrando con el poeta José María Álvarez algunas hojas irrepetibles de “la Historia, si es que a esto podemos llamar Historia”)



[Celebrando con el poeta José María Álvarez algunas hojas irrepetibles de “la Historia, si es que a esto podemos llamar Historia”]


Robespierre

La mandíbula destrozada de Maximilien Robespierre
el día de su ejecución. Él mismo
habría intentado suicidarse. De esta herida
lo atendieron los médicos: 
debía ser decapitado por tirano.
Diecisiete horas más tarde, ascendía a los cielos.
Apenas respiraba
pero hubo un terrible aullido de dolor
cuando lo echaron sobre la tabla. El verdugo
con una indolencia de rata
arrancó de cuajo los sucios trapos
que mantenían su cara unida
y dejó a su peso las carnes rotas del revolucionario,
que se desencajaron. El aullido
atravesó la Plaza de la Revolución,
las calles
que habían sido suyas,
las iglesias, las fuentes, los jardines,
las civilizaciones.
Crujió París.
Se estremeció de frío
la pulcra voluta de la gloriosa Ilustración.
La plebe –eso animal que somos–
entró por un momento en éxtasis
y aplaudió en su ceguera y festejó la desdicha.
El dolor ajeno nos une.
Hay una extraña solidaridad
en el sufrimiento del otro,
en la humillación de aquel sueño
que podría haber sido
de todos,
y finalmente ni siquiera fue.



Andrés García Cerdán


"Nueve de Termidor" de Valery Jacobi

martes, 9 de agosto de 2016

martes, 1 de marzo de 2016

Anselmo Gómez y sus "Amores pusilánimes"


EL AMOR SEGÚN ANSELMO


“¿Dónde guardas un trozo de aroma, para mí? He apurado los últimos besos. El polvo de mi pecho es un bello monumento a tu recuerdo. Me comería hasta las piedras si tuviera la certeza de hallarte debajo.” (76)

Con esta contundencia nos habla Anselmo Gómez del amor, del cuerpo y el espíritu del amor en Amores pusilánimes (Premio Novela Erótica Villa de Gerena, Autores premiados, 2016). Parece haber recordado el significado latino de amor, más cercano a la sensualidad del deseo que a las efusiones de los sentimientos. Las cosas del amor –diría Jaime Gil de Biedma– son del alma, pero un cuerpo es el libro en que se leen. Necesaria, por tanto, la contundencia en el discurso, la volubilidad de las formas, el erotismo y la crema de las sensaciones descritas. Porque no creo que haya en el mundo nada más difícil que describir un cuerpo humano con palabras. Tal vez atreverse con el alma del hombre. Se resisten a entregarse al que escribe. Se resiste la carne, en su voluptuosidad y en su materia, a ser recogida en los signos baratos con que decimos las cosas. Tal vez, porque el cuerpo no es una cosa más, porque el cuerpo en sí ya es una comunicación, alada sin duda. También porque puede ser mucho más: un éxtasis, una fragilidad, una extensión del alma, un milagro, un pecado, una porción de infinito. La medida del universo, en fin. De esta dificultad y de este peligro fueron conscientes los artistas del Renacimiento, los mismos que situaron al Hombre en el centro del círculo y el cuadrado, como epifanía, como resurrección, como alcance sublime, como encuentro y origen de todas las cosas. Si Miguel Ángel o Leonardo se rompieron las crismas buscando esa humanidad en el mármol –“¿Por qué no hablas? Habla, perro.” le gritó Miguel Ángel Buonarrotti a su Moisés después de golpearlo con un martillo en la cabeza-, creo que más ardua es todavía la labor de quien pretenda esculpir en lenguaje el cuerpo de la mujer. La donna angelicata de Petrarca o Dante exigió la invención de un lenguaje nuevo, el del amor cortés sublimado, incendiado de metáforas y símbolos que rindieran la naturalidad del ser, aún no superado en la definición del amor y los bienes que lo acompañan. Ni siquiera Lope, en el famoso soneto, se atrevía a ceñirse a un solo lenguaje para cercar el cuerpo, la idea, y expresaba su confusión. Por todo ello, siempre me ha parecido imposible contar los deleites de la carne, las formas del espíritu para el amor. 

miércoles, 27 de enero de 2016

EL ORDEN DE LOS SUEÑOS DE JOSÉ CERVERA


EL ORDEN DE LOS SUEÑOS 
DE JOSÉ CERVERA

Para una lectura de El pequeño corredor y otros cuentos


En el redondo, en el vertiginoso girar de las ruedas de esta bicicleta de El pequeño corredor y otros cuentos (La fea burguesía, 2015) de José Cervera se esconden algunos de los grandes secretos de la literatura.  De forma incesante orbitan los relatos en torno a las ideas de conciencia, imaginación, justicia, verdad. Los signos están en rotación, como quería Octavio Paz. La vida, también. Por su parte, la literatura no es otra cosa sino esta pedalada que sostiene los cables sobre el abismo en su pura aspiración a crear un mundo nuevo a cada vuelta de la rueda, del otro lado.

El lenguaje, la ficción: ese es el mundo al que pertenecemos. No hay tal vez otra patria que esta del lenguaje, que esta de la creación. En el círculo ficcional de las palabras, en su intento de ser algo y de ser algo más, el lector crece, oscila hacia sus adentros, se reconforta en la imagen que de sí mismo encuentra en la historia que está leyendo. Una y otra vez el mundo se ensancha y se extiende en las palabras del escritor, que hace de su inclinación y su deseo una verdad. Un momento sublime, un resplandor anima los fuegos posibles de la creación: de la nada surge la idea y se acaba convirtiendo en un todo, redondo, incesante, caleidoscópico. Escribir es fundamentalmente un acto heroico. Leer, desentrañar, confundirse en el lenguaje del otro, también es un heroísmo.

lunes, 28 de diciembre de 2015

LA CIUDADANÍA POÉTICA DE PABLO GARCÍA CASADO


LA CIUDADANÍA POÉTICA DE PABLO GARCÍA CASADO

Hacia García






1.     SOBRE LA PULCRITUD DEL REALISMO SUCIO

No es una paradoja lo que anuncio como punto de partida de estas reflexiones sobre la poesía de Pablo García Casado y su último libro, García. Lo que en la literatura norteamericana y luego en la occidental se llamó “realismo sucio” (cerca del realismo social-existencial, el documento underground, la crónica poética urbana o el naturalismo crítico) atesora algunas de las cualidades que definen un producto literario como pulcro. Los textos de esta tendencia proceden de una singular depuración de las formas, de la reducción a lo esencial de los elementos retóricos del relato o el poema (que suele ser narrativo). Creo que las canciones de Ramones pueden ser un buen correlato musical de lo que intento explicar: una actitud punk, directa, desnuda ante la lengua y el mundo. Esta esenciación deriva en ocasiones en un minimalismo descarnado. No hay lugar para lo espurio o lo superfluo. Se va a la raíz del asunto desde el primer momento y al final no hay una amplia cola delicuescente de pavo real: solo el portazo que sella el poema. A esto hay que añadir la sobriedad, la parquedad, la precisión en el lenguaje. Se diría que el poema realista sucio procede por condensación, como las gotas que corren por las ventanillas del coche en invierno. Esta condensación y la concisión argumental, estructural, lingüística se complementan furtivamente con el sentido extra, imprescindible, que el contexto y el lector aportan con abundancia y complicidad, y que acaba lanzando los textos a una profundidad desconocida y a una rotundidad imparable. Tras leer uno de los cuentos de Raymond Carver, por ejemplo, queda la sensación de que algo se te ha escamoteado, que te lo han dicho entrelíneas, pero que ya lo sabías, por supuesto que lo sabías: estaba dentro de ti antes de empezar a leer. Hay en esa aparente simplicidad mucha fiereza existencial. Despojar al relato o al poema de lo accesorio es reconocer en él una pulsión mucho más fiera, nuclear, la que no necesita palabras de más, la que se basta y se sobra en su intensidad, en su vitalidad para activar un movimiento de conciencia. Así en la poesía de Pablo.